Duelo: perder a alguien, es perder una parte de nosotros

El duelo no es solo tristeza. Es una experiencia compleja, profunda y necesaria que aparece cuando perdemos algo o a alguien que tenía un lugar central en nuestra vida. No se trata solamente de la muerte de un ser querido: también puede ser una separación, la pérdida de un trabajo, una etapa de la vida o incluso una idea que sosteníamos de nosotros mismos. En ese proceso, sentimos que algo de nosotros también se va, algo que no vuelve del mismo modo. Existen varias etapas del duelo, este texto busca explorar qué es el duelo, por qué nos atraviesa tan fuerte, y cómo una terapia puede acompañar el trabajo de rearmarse sin lo perdido.
¿Qué es el duelo?
El duelo es un proceso psíquico que se pone en marcha cuando perdemos algo que ocupaba un lugar afectivo importante. Puede ser una persona, pero también una relación, una función, una idea, un rol o incluso una parte del cuerpo. Lo que se pierde no es solo “el otro”, sino también aquello que ese otro representaba para nosotros. Freud lo definió como un trabajo del yo, en el que hay que retirar la energía libidinal que estaba puesta en el objeto perdido. Pero este retiro no es automático ni sencillo: conlleva dolor, resistencia, y a veces síntomas.
No se pierde “algo”, se pierde una parte de uno
Cuando se dice que “perder a alguien es como perder una parte de uno”, no es una metáfora: en muchos sentidos es literal. El vínculo con eso que perdimos estaba tan entretejido en nuestra historia que su ausencia desestructura nuestro modo de estar en el mundo. Por eso el duelo puede producir desorientación, angustia, vacío, enojo o culpa. Es como si una parte de nuestro psiquismo tuviera que reconfigurarse, sin poder llenar del todo el hueco que quedó.
No todos los duelos son iguales
No existe una única forma de hacer el duelo. Algunos son más visibles, como el que sigue a la muerte de un ser querido; otros son más silenciosos, como el duelo por una ilusión que se cayó o por un proyecto que no pudo ser. También hay duelos anticipados, cuando sabemos que algo va a terminar, y duelos que no pueden hacerse porque la pérdida es negada o reprimida. En estos casos, muchas veces aparecen síntomas o inhibiciones que expresan el duelo por otras vías.
¿Cuándo se vuelve problemático?
El duelo se vuelve problemático cuando no se puede elaborar. Es decir, cuando no hay un espacio psíquico ni simbólico para tramitar la pérdida. Puede aparecer entonces una melancolía (donde el yo se empobrece, se culpa, se devalúa), o un duelo crónico que impide avanzar. También puede haber sustituciones demasiado rápidas, como quien busca reemplazar inmediatamente lo perdido para no conectar con el vacío. En todos estos casos, la lógica es la misma: evitar el dolor, aunque sea a costa del deseo.
La importancia de hablar el duelo
Hablar del duelo no significa superarlo en el sentido de “pasar la página”. Significa poder alojarlo, darle lugar, reconocer lo que se perdió y lo que eso significaba. La terapia, especialmente de orientación psicoanalítica, no busca “cerrar” el duelo, sino acompañar el proceso de elaboración. Porque si algo no puede ponerse en palabras, se pone en el cuerpo o en los actos. Y muchas veces, hablar es lo que permite que ese agujero no se vuelva un pozo sin salida.
No todo se recupera, pero algo nuevo puede surgir
El duelo no es volver a estar como antes, ni recuperar lo perdido. Es aceptar que algo cambió para siempre, pero que en ese cambio también puede emerger algo nuevo. No para reemplazar, sino para rearmarse con lo que quedó. En ese punto, el dolor no se borra, pero puede adquirir otro sentido. Y uno puede encontrar una forma distinta de vivir, sin negar el lugar que lo perdido tuvo.